Si se preguntara en una librería dónde está la sección de esta clase de libros a los que se les suele llamar «libro de autoayuda y crecimiento personal» yo les indicaría con mucho gusto el pasillo. El de la arrogancia.
Sin embargo, libros que nos enseñen a escuchar a los demás, lo que se llama «escucha atenta» se publican más bien pocos. Sí, hay libros que nos enseñan a detectar las carencias de los demás para después explotarlas en beneficio propio. Pero eso no es escuchar. Es lo opuesto a escuchar.
Por otro lado, independientemente de la formación, o mejor dicho, la ausencia de formación al respecto, no limita necesariamente esa cualidad tan notable, la cualidad de saber escuchar. Es una cuestión de actitud. De interés sincero.
Y ha de ser una cualidad compartida. Dos personas que se escuchan, o un grupo que sabe escuchar al que toma la palabra, es algo auténtico. Porque tiene lugar una comunicación real.
Lo que hoy llamamos «socializar», como ejercicio impuesto para una buena salud mental, es una consigna de un cinismo supino. Porque consiste en vomitar por turnos uno sobre el otro. Puede que, tras la reunión, se sienta uno más ligero. Pero de ningún modo eso implica el haber compartido un momento con otro ser humano. En consecuencia lo que queda es una soledad rotunda. Y nada más.
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