Es una de mis obras favoritas. Su mirada atraviesa épocas y mundos pero siempre con ese mensaje claro de «ver te veo pero entenderás que no te mire». La motivación no creo que tenga que ver con una actitud altanera sino con un signo de fidelidad a su amante y rey. Una mirada tan sólo dirigida a él.
Del mismo modo hay cierto grado de inflexibilidad. Esa clase de inflexibilidad que la pasión por alguien no admite disculpa ante nadie. Inexorable, muestra su rostro con la misma templanza que el hierro adquiere bajo los inclementes golpes del herrero.
Porque herrero era su marido. Y de ahí el título de este retrato «La belle ferronière».
Sobre el modo en que fue ejecutada esta obra siempre diré lo mismo: Leonardo Da Vinci nunca acabó pintura alguna, pues siempre buscó la sublimación divina, una especie de comunión con lo bello en su sentido más platónico y cristiano. Y en esa imperfección divina encontramos la conexión entre las esferas, la unión entre el aspecto más humano y el metafísico. He ahí el auténtico humanismo.
Incluso el nombre que le atribuyen popularmente, ferronière, viene de que ser considerada una más de las amantes del rey Francisco I de Francia aún estando casada con un ferretero (ferronnier) que lejos de tolerar la conducta de su mujer y su monarca, se vengó de la forma más espeluznante: contrayendo la sífilis y contagiando a los adúlteros.
Escrito por: Miguel Calvo Santos
Museo: Louvre, París (Francia) | Visita guiada
Técnica: Óleo (62 cm × 44 cm.)
Fuente: https://historia-arte.com/obras/la-belle-ferroniere
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