La vida puede encoger el corazón, es cierto. Pero no es una pauta.
Basta con echar la vista atrás para recordar que hay niños que en su primera edad ya se muestran crueles. Y esa crueldad no deja de incrementarse.
Es un comportamiento que ejercitan con entusiasmo contra sus semejantes. Lo de encajar socialmente en el grupo de clase o en el centro educativo es un espolón muy poderoso.
Pero también la dejadez, la indiferencia; y en muchas ocasiones la coparticipación de docentes es lamentable.
Por no mencionar a esos docentes que promocionan el acoso directamente con sus comentarios despectivos, abriendo así la puerta al linchamiento del alumnado sobre ese ser humano que pasa a ser cualquier cosa menos eso, un ser humano.
Es el crisol de la sociedad. Y aunque los presupuestos anuales no dejan de crecer para evitar estas agresiones, cuyos efectos son permanentes en los individuos, lo cierto es que todo se reduce a un engrosamiento del operativo burocrático-administrativo.
El constante acoso, la promesa de una paliza, el ejercicio de aterrorizar llega a tal extremo que el crío acosado, en un intento desesperado por evitar que le dañen, se presenta en el centro con unas tijeras. Para poder defenderse en caso de ser agredido…Y ahí es donde se activa el operativo anti-acoso de la administración: arma blanca y expulsión. A la vuelta, la misma situación, sólo que peor, pues los agresores cuentan ahora con el apoyo de la institución. Y así es como el chico acosado acaba siendo «criminalizado»… Esto es lo que está pasando en un centro de mi localidad.
¿Dónde queda allí el corazón de las personas?
La paz pasa
Suelen decir que la paz pasa por muchas guerras. Que la paz es el fin de la guerra. Que la paz y la guerra. Pero la paz es paz. Y la guerra es guerra. Y nada tienen que ver la una con la otra, sino con las elecciones que hacemos como individuos. Elecciones que son...
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