y terminó mi día
y de las profundidades
de la náusea y el ruido,
como si de un jergón
lleno de pesadillas se tratara,
aparté con entusiasmo
los piélagos mórbidos
que sobre mi cuerpo
se cernían. Y escarbé hacia arriba
y me rompí las uñas
y crucé un lago, desde el fondo,
buscando en su techo acristalado
la luz somnolienta de aquello
que permanece muy apartado.
Por un momento, me sentí
morir, la oscuridad del fondo
seguía tirando de mí.
Pero ya quedaba poco
y me serené, y extendí los brazos
hacia arriba; y bajo la tenue luz
de una luna de plomo y ceniza
pude ver como la sangre
de mis manos se convertía
en una seda vaporosa de rojos
apretados, que se dejaban
caer hacia abajo, hacia al fondo,
hacia ese día que es mi noche
y esa noche que es un interminable día.
El plácido nocturno
con sus estrellas mudas y brillantes,
mi cuerpo abandonó su funda,
ese saco viejo mal atado;
atrás quedó el agujero
y el profundo lago que lo tapaba
y en esa estancia…
de agua ciega y aquietada
yo nací de nuevo.
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