Para muchas mujeres las opciones de vida se reducen a dos: tacones de streepper o máscara de anfibio monstruoso.
Atuendos escuetos y diametrales que se guardan en un armario muy reducido. Pero seguro. Tanto que muchas mujeres, demasiadas, se van a vivir allí, a ese armario pequeño y oscuro.
Pero de vez en cuando hay que salir. La necesidad manda. Y sólo se dispone de dos vestuarios: O vas de monstruo o vas de puta. Repelencia y atracción, dos trastornos que se ponen en acción en ese límite fronterizo, una especie de horizonte de sucesos donde todo va cayendo a ese agujero negro de nada y amargura.
Transcurre el tiempo y la vida. Y, para cuando te das cuenta, los zapatos ya son demasiado viejos, están rotos, inservibles. La máscara de monstruo, en cambio, con el tiempo ha ganado consistencia. El color cetrino, la goma se ha dado; los ojos son más caídos. Y el hedor de ese sudor rancio, tantas veces renovado por la vergüenza y la culpa, le da su toque de verosimilitud.
Hay mujeres que no quieren renunciar a los tacones. Alegan que con tan poco armario no pueden renunciar a nada. Y ahí van por la calle. La sensualidad pasa a ser un número grotesco de circo de variedades, el Freak Show, y de ahí esa expresión cariñosa de «es que la tía es un show». Cuánto horror y soledad es capaz de pasear una mujer entre esos tacones y ese montón de maquillaje.
Pero siempre les resulta mejor que la alternativa. La del monstruo viscoso de la charca verde macilenta.
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Sabes cómo acaba esta historia ¿verdad? Y siempre acaba igual. Para todas las mujeres que se confinan en esos terribles armarios.
No necesitas vivir dentro de un armario. Ni tener esos tacones rojos y esa máscara de goma. Da igual si tienes tres mil zapatos y dos mil fundas de goma que te tapen la cabeza. O si resulta que tu armario no es pequeño, es enorme. Sigue siendo un armario con dos opciones demenciales.
Ni los armarios ni la demencia deberían ser los lugares que una persona escoja para vivir su vida.
Aunque creas que es eso lo que el mundo espera y que es lo único que puedes ofrecer no es verdad. No es real.
Es otra de las trampas invisibles pero muy reales del miedo a vivir de verdad. En un mundo de verdad. Y la verdad es que el mundo es bello, es maravilloso.
Y si no lo es, entonces es que no es el mundo. Es un sueño; una pesadilla. La pesadilla de otro que se apoderó de ti mientras dormías.
Y por eso debes despertar.
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