El día languidece y conforme
se derrama el tiempo,
el florero es yo.
O quizás yo soy el florero.
Superposición e integración,
autorreferencia y compulsión.
Catamnesia.
La tarde se convierte
en una imagen delusiva
ante la renuncia a querulancias
y otros delirios.
La insoportable levedad del ser
se convierte en la absoluta
ignorancia y distanciamiento.
¿Quedará el florero o quedaré yo?
El florero me ha dicho algo,
pero no lo recuerdo.
Hoy la parafrenia es de color verde.
Porque hoy es jueves.
No hay antiséptico para
las infecciones que produce la locura.
Escuchar y callar a la espera
de que esa epifanía ponga fin
al correlato. Palabras, son tantas
las palabras, ¿cuántas palabras
son necesarias para llegar
a la conclusión del yo no soy nadie,
yo no soy nada? ¿Cuántos miles; millones de referentes
sin más significado que el que
pueda tener un alarido?
Contemplo el sufrimiento
de mi interlocutor. ¿Por qué esa necesidad? ¿Habrá sido la pereza
o una falsa ambición? ¿Importa?
Definitivamente, no.
No importa. El tiempo sigue
escurriéndose por los resquicios
de la sesión. Y no veo el momento.
No parece haber momento
ni disposición para ser escuchado.
Tendré que conformarme con
dispensar un silencio activo.
Hoy es jueves.
No hay una nosología
para el jueves.
Tan solo un calendario.
Al final hemos convenido
mi florero y yo que
él siga siendo un florero
y yo siga siendo lo que soy:
el espacio vacío entre
entre un uno y un dos.
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