Me recuerda a Lord Black. Aunque decir «me recuerda» es absurdo: un recuerdo es como ese bote que tienes amarrado en el puerto del presente. Pero con el cabo muy suelto, una larga cuerda que hace que ese bote esté tan lejos que ni siquiera puedas verlo. De vez en cuando las corrientes o ese impulso de acercar aquello amado hace que el bote vuelva a tu puerto. Eso es un recuerdo.
Y siendo un recuerdo, puedes tirar de la cuerda y pegar la quilla al muro pero ninguno de los dos puede saltar al otro lado para abrazar al otro.
¡Dios, qué grande puede ser la añoranza y de qué modo puede convertir tu mundo entero en esa nebulosa melancolía! Le echo tanto de menos…es el perro de las mil caras, noble, bueno como él solo. Compartimos canciones y poemas, y no había nada que no compartiésemos para comer. Hasta limones…todo lo probábamos juntos. (Aunque su plato favorito era el estofado de garbanzos con chorizo, morcilla, zanahorias y patatas. Y todo lo que entrara.)
Su confianza en mí era tal…un día tuvimos que subir una escalera de esas con los peldaños de malla, de esas que no tienen contrahuellas y se ve el hueco. Yo, imbécil presuntuosa de mí, le dije «vamos, lo haremos juntos». Yo ponía un pie en el escalón y junto al mío el ponía el suyo. Íbamos abrazados, era un perro muy grande, y con cariño y alegría celebrábamos cada escalón como si hubiéramos coronado el Kilimanjaro. La escalera discurría por una pared de dos pisos.
A media escalera le grité a mi marido «¡Mira, Lord Black ya no tiene miedo a estas escaleras!!!»
«Vaya par de locos…no sé quién está peor de los dos…Anda mira atrás y observa sus patas traseras»
Lord Black, además de ser un perro de tamaño grande era largo, un Scooby-Doo de color negro. Y solía asustarse como Scooby…En fin, por delante, mostrando una confianza total y entusiasta, por estar allí juntos dándolo todo; pero el tercio posterior…bueno, le temblaban las patas que bien hubieran podido haber superado cien veces a John Travolta en esa escena de Grease donde había un grupo de chicos bailando abriendo y cerrando las rodillas con las piernas dobladas. Ya sabéis, en esa escena donde bailaron su celebérrimo Grease lighting.
Cuando lo vi, y le miré me sonrió ampliamente y con el morro fue él quien me empujaba para acabar de subir la dichosa escalera. Me sentí como una auténtica estúpida arrogante. Pero enseguida el asunto, así pasaba con Lord Black, pasaba a ser una escena más de esas memorables y hasta divertidas. Ese nivel de confianza, de compañerismo es algo único. Cuando alguien te ofrece algo así no hay absolutamente nada en este mundo que pueda superarlo.
Llegamos arriba, corrió por toda la azotea y a la hora de bajar…yo ya me estaba planteando la idea de cargar con casi sesenta kilos de perro con tal de que no pasara otro mal rato.
Pues no. Ya no estaba asustado, íbamos abrazados y bajaba con soltura. El Travolta pasó a ser un perro resuelto y contento, feliz.
El ser más positivo y alegre que he conocido en toda mi vida. Al llegar abajo, otra tanda de celebraciones.
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Y no, yo no lo recuerdo, yo tengo la cuerda amarrada a mis brazos, porque lo quiero demasiado. Así que yo no lo recuerdo, lo llevo amarrado con todas mis fuerzas a mi corazón, porque él también lo hubiera hecho. Así que mi lealtad no puede ser menos que la suya por más que duela o de miedo o se te tuerzan las piernas.
Escribir esto aquí no es una declaración de principios. Es la verdad que se escurre por los ojos mientras cuelgas esa foto que te concede un poquito más de cercanía.
Aquí, en ésta, tenemos otra mirada, de esas que hacen sentir, y pensar e incluso escribir sobre las cosas importantes de la vida.
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