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El hombre

Autor: Sole Sánchez Mohamed

Publicado el 17 de diciembre de 2024

Callar, ¿quienes callan?
Caer, ¿quienes cayeron?
¿Los ángeles o los hombres?
A menudo es algo
que veo y no veo
en esa cortina ondulante
que es la duda con
sus dudas galopantes.

El hombre olvidado de sí mismo
condenado a la incertidumbre
y la mutabilidad, constante fuente
de angustia, creyéndose hijo
del puro Azar, reza a la Fortuna
huesuda y ovejuna,
como en otro tiempo ya hicieron
con un cerdo dorado ante
el cual todos se postraron
para celebrar después,
en el desenfreno de una bacanal
lo que está bien y lo que está mal,
gozosos de su tanta ambivalencia
donde la vileza podía ser virtud,
y la virtud, una bajeza.

El hombre vacío que de todo se llena
excepto de contenido y otras prestezas,
vive en el sueño de un sueño,
atrapado con entusiasmo
en el disfraz de su propia rareza.

Oculta queda la verdad,
y cualquier certeza es imposible
pues la mentira no es medible,
como tampoco la tosquedad
con que se finge ese saber estar,
que no es otra cosa
que la interpretación grotesca
de tópicos y típicos;
de refraneria recalentada
con el acento de moda,
que haya puesto el borracho
en su más charlatana hora.
Y pensar que son los beodos
los únicos decidores de alguna
que otra verdad, los oráculos
de nuestro tiempo, un tiempo
sin pensamiento, ¡emoticonos
para el parlamento! E incluso
la Medicina donde el dolor
con una carita usted defina
para expedirle yo la receta
que justifique su inquina,
su impiedad y su roña fina.

Y qué hay de nuestro origen,
casualidad o causalidad,
el premio de la sustancialidad
tras sortear un camino,
o el sombrío mundo al que caímos,
por Voluntad o ausencia de Ella,
responsable en el hombre queda
la tarea de tener que medrar
más allá de una corona
o un mendrugo de pan.
¿Dónde está el origen
y dónde, nuestro destino?
Es imposible que todo
se reduzca a un anhelo porcino.

Hubo otro tiempo y otro lugar
donde los hombres coexistieron
con la Belleza, el Bien y la Verdad.

Recordamos el olvido
pero de lo olvidado
ya no obtenemos ni una hoja de olivo
que nos oriente en ese mar sin final,
hacia la tierra de una nueva
y mejorada Humanidad.

Seguro que el beodo callado
entiende mi discurso trazado
pues es capaz de ignorar
su casi natural estado…
desligado de toda culpa y vergüenza
entiende la banalidad del prestigio
como delirio infundado.

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