Lluvia que es vida.
Lluvia que es muerte.
Pues como toda cosa existente
en carencia o demasía
es tragedia o alegría.
Ay, mi Valencia, Valencia mía,
cómo me duele verte así de llena,
cómo me duele verte así de vacía.
¿Cómo puede
ser que se olvide tal espanto
sólo porque ocurre
cada tanto?
¿Dónde está la ingeniería
de la que Madrid hace ostentación,
teniendo el agua más limpia
y abundante, que nunca falta
y nunca sobra? ¿Dónde quedan
esas obras de magnífica construcción?
En Madrid, sí. Pero en Valencia, no.
Rabia, pena y zozobra
Inquietud que es aflicción.
La congoja y el desánimo
de ver perdido lo perdido
y, por igual, lo encontrado.
La lluvia ha cesado,
para dar paso a las lágrimas
que desbordarán otros ríos,
los del asco y la aflicción,
aflicción, aflicción, ¡aflicción!
Frustración desmedida,
que los puños cierra para clavar
las uñas en la carne
que aún tiembla.
La lluvia es vida,
para quien prepare su tierra
y arranque como mala hierba
la amenaza de la perdición.
De lo contrario, el agua
es una maldición.
Pero como toda maldición
pasa por neutralizar la fascinación,
y la estupidez supina
que convierte a la ciudadanía
en nada y compañía:
la lluvia volverá, creedlo
pero haced que llegue
y con su llegada el agua se atesore
como una gran bendición.
No os conforméis con menos
pues para eso vuestros
impuestos son.
0 comentarios