La vida es como una rosa.
Tan bella, tan espinosa,
que a final de día
sólo te queda ese contar espinas
y pensar en ellas como espolones,
que te vas sacando como puedes
de las manos, de los brazos
y, cuando el dolor se hace tarso
y se te clava en el alma a cada paso,
entonces te preguntas si
ha pasado algo más acaso.
Y no ha pasado nada, excepto
el tránsito inexorable
de un tiempo inimaginable.
Un tiempo largo, un tiempo corto,
quizás insignificante, pero siempre,
en algún lugar de tu mente,
es algo relevante.
Depositado queda en algún anaquel
de la memoria perdida,
que sólo puede ser encontrada
si alguien se atreve a vivir
su propia vida.
Asunto espinoso,
sin duda, es pensar
en la cantidad de veces
que te has de equivocar
para aprender que vivir
es un andar
siempre descalzo.
Pues eso son las manos,
Esos pies, esas patas
que en su día levantamos
y nos olvidamos que con ellas
también hay un transitar
que es tan animal como humano.
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