Procura que el tal San Valentín no te fastidie el día.
Nuevamente y en estos novísimos días con sus magníficas novedades nos podemos volver a sentir… estimulados. O lo que quiera que signifique eso.
La verdad es que de un modo u otro nos sentimos atrapados ante las expectativas. O por la falta de ellas. Y es que nuestra cultura industrial nos sumerge en esa constante espera que lejos de alegrarnos nos desespera.
Y no escapa nadie. Ahora llega el tal San Valentín este: Estrés para los separados, los viudos, los solteros y para todo aquel que no tenga pareja. Pero también mucho estrés para todos aquellos que viviendo bajo la institución del matrimonio o el que concede la ley en el hecho se las tienen que ingeniar para sorprender gratamente a sus amados.
Y es que vivimos en una permanente carencia. «Siempre falta algo» me dice la vecina en los pasillos del supermercado, a quien aprecio como una enferma compulsiva, obsesionada por rellenar los huecos de su nevera con los dichosos Tupperware, las fiambreras de toda vida, qué narices.
No caigamos en los esnobismos cutres de la oferta de la semana. Ni caigamos tampoco en la vorágine de esa vida pública y tan pautada donde mucha gente se siente espoloneada. Si lo hacemos corremos el riesgo de convertirnos en un subproducto de mercado.
No debemos convertirnos en la parodia de ese cartel publicitario donde todo el mundo es feliz tomando fibra a todas horas.
Si hay amor en nuestras vidas, hay amor, sin más. Y si no, ya llegará. Que en la vida hay muchos días y muchos febreros.
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