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La ilusión de estar juntos

Generado con IA ∙ 22 de enero de 2024, 5:07 p. m.

Autor: Sole Sánchez Mohamed

Publicado el 2 de junio de 2013

Créditos imagen: Generado con IA ∙ 22 de enero de 2024, 5:07 p. m.

Tras escribir sobre este tema, hay quien en un despliegue de sinceridad y valentía comparte su experiencia aquí en Facebook. Y yo lo agradezco. Se me ha pedido opinar sobre por qué dejan de funcionar, si es que alguna vez funcionaron las relaciones sentimentales.

Esta es mi respuesta a Pilar, pero creo que es suficientemente amplia como para poder recogerla en este apartado de reflexiones dado el carácter general de la cuestión y su implicación en las relaciones humanas. Aquí la dejo de forma textual:

“Ante todo quiero expresarte mi apoyo y agradecerte que hayas compartido conmigo tu experiencia. Sé que aunque ya ha pasado tiempo es algo que tienes presente.

Y es lógico porque es un asunto no resuelto.

Desgraciadamente el matrimonio es un proyecto en el que intervienen dos personas. Cuando alguien se establece como pareja, bien de hecho o bien casada, queda patente un contrato de asistencia mutua. Ello es especialmente visible cuando se asiste a una boda en el entorno civil o religioso y se oye al oficiante expresar las condiciones de ese acuerdo.

Personalmente, estoy segura de que aunque no en todas uniones puede haber el factor amor sí hay el factor ilusión. Todo el mundo aborda con ilusión esa unión. La ilusión es esa clase de espera que nos sitúa en un estado de optimismo ante todo lo malo que pueda suceder. Pero esa ilusión es como una bolsa de monedas con la que pagas cada decepción. Hasta que se agota y solo quedan preguntas. “¿Qué pasó?” ”¿Por qué?” ”¿Fuiste tú o fui yo?” Preguntas que emergen en un mundo de tristeza. Preguntas urticantes que no tienen sentido, pero que pueden servir para aprender.

Como decía al principio las personas se unen con ese capital de ilusión. Y es ese “contrato” de que “tú me quieres, yo te quiero y por eso nos queremos tanto” el que asegura que esa bolsa de ilusión esté siempre llena, incluso rebosante. Sobre todo, porque en ese proceso de compartir una vida hay muchas pequeñas y grandes decepciones y, precisamente, esa bolsa de ilusión tiene que estar disponible.

En nuestra cultura de doble moral, de doble sentido…siempre se dice una cosa para acabar haciendo otra. Lo peor es que cuando se trata de una pareja, aunque solo falle uno, en verdad fallan los dos porque, aunque uno esté haciendo grandes inversiones de confianza, de “te perdono”, de “ya cambiará”…nunca resulta suficiente y lo peor es que uno se ve muy perjudicado al final del trayecto. Empobrecido, su moral destrozada, su autoestima por los suelos y su confianza en los demás totalmente mermada.

El matrimonio se convierte en una prisión y si hay niños ellos son el lastre emocional por el que todo buen padre o madre aguantará lo que haga falta.

Si no, ocurre lo que en la lectura: dos personas que viven en mundos diferentes y deben soportarse porque así lo dicta la norma social de las buenas apariencias.

Tales circunstancias producen una gran infelicidad. Porque no se respeta el acuerdo que en su día fue mutuo y que depende directamente de esa inversión diaria, manifestada con cada gesto, cada instante, cada intención y en cada pensamiento. Uno no cumple y el otro se resiente y a, su vez deja de cumplir, para que el otro se resienta y sienta su dolor…Es una situación difícil de superar pero sí se puede hacer algo: el contrato es el contrato, es preferible llamar la atención in so facto por ese pequeña o no tan pequeña falta de atención para con el otro, aunque eso pueda equivaler a una discusión cuya trascendencia será mínima en comparación con el nivel de consolidación que se puede llegar a conseguir, que hacer ver que se ha pasado por alto. Excusar a alguien, es una mentira, por una falta cometida. Y las mentiras más terribles son las que uno se cuenta a sí mismo, para justificar el mal que los demás le infligen.  El matrimonio, en cualquier caso, es una máquina perfecta pero si falla un solo tornillo…se puede ir al garete. No hay medias tintas y requiere mucho mantenimiento. Bien lo dicen los que afirman que matrimonio un lujo.

Porque lo es. Es un lujo. Es un voto de privación de libertad individual para dar sentido a una libertad que solo opera en términos comunitarios, que demanda consenso y que no tiene por qué coincidir con lo que uno quiere en cada momento.

Cuando dos personas se resultan desconocidas hasta tal punto que una agrede a la otro, bien con su absoluta indiferencia o bien con su puño, o con un cuchillo…cuando tu pareja se convierte en tu enemigo o enemiga (porque las mujeres también pueden ser potencialmente agresoras, y no hay pocos casos de hombres maltratados) entonces es que no solo no se cumple el contrato sino que ese mismo contrato no cumplido es la plataforma de la desesperación para las personas que sí quieren tener ilusión y que piensan que habiendo invertido tanto tiempo y energía concediendo incluso la paternidad o la maternidad de unos hijos en común merecen algo más.

Pero la cosa no va de meritocracias sino de respetar el contrato. De respetar eso de que este camino que es la vida lo hacemos juntos y vamos a ser un equipo, en todos los sentidos; vamos a cuidar el uno del otro; vamos a comprendernos; a conocernos en ese proceso siempre dinámico que es desarrollarse como personas, evolucionar; lo vamos a hacer juntos, nos apoyaremos y cuidaremos el uno del otro, siempre. Y precisamente porque no seremos unos desconocidos seremos capaces de querernos y amarnos, porque el uno verá en el otro ese esfuerzo que retroalimenta esa bolsa de ilusiones, de proyectos y de seguridad. Un matrimonio es el hogar que cuidas con esmero y al que vas tras lidiar todo el día con un mundo a menudo demasiado hostil.

Cuando pasa el tiempo y bajo el mismo techo se puede observar una familia, que por lo demás no son más que individuos que viven, ni siquiera comparten, un mismo espacio, puede que haya un compromiso que se cumple…pero no se está cumpliendo el contrato. Uno puede trabajar y ser el sustento de su hogar, puede cuidar de la casa, ocuparse de la progenie, acompañar a su pareja públicamente…pero no por eso está cumpliendo. Y estoy hablando del mejor de los casos, porque normalmente se trata precisamente de ni siquiera cubrir esos aspectos tan evidentes.

Quién, cómo y por qué…Quienes fuimos cuando nos conocimos, cómo nos ilusionamos el uno con el otro, y por qué pensamos que esto funcionaría… podría tener validez en ese momento. Pero el tiempo no es un momento, son muchos momentos y en muchos contextos, que se van sucediendo y solapando. Y en todos esos espacios si uno no está atento a ese tornillo suelto o defectuoso que no se arregla en “ese momento” puede conducir a un desastre.

¿Culpables? Hay dos clases de culpables los que no se preocupan por ese tornillo porque solo ven en él un detalle al que irán sumando otros y otros y otros y, por otro lado, está el entusiasta, que a pesar de sentir la punzada de que el mecanismo está fallando sigue adelante porque piensa que las buenas intenciones son lo que cuentan. En ambos casos es dejadez.

Seré clara nadie tiene el derecho a menospreciar el tiempo, la dedicación y las ilusiones de los demás con su falta de atención que no es más que una forma de egoísmo.

Del mismo modo, nadie tiene el derecho de inmolarse en nombre de una vida mejor. No tiene sentido, quizás haya una vida después de esta, pero de lo que estoy completamente segura es que en esta vida, solo hay una; una vida y no es vida la que uno decide vivir muriéndose de pena.

Tomar la decisión de dejar de sufrir es quizás la decisión más difícil que puede tomar una persona en nuestro contexto cultural donde no se acepta demasiado bien lo de invertir para no sacar nada. Pero es una decisión que se debe tomar.

Puedes pasarte veinte años pensando que las vacas pueden volar…es tan admirable como lamentable, pero hay que ser realistas: no importa las oportunidades que le des a la vaca o los tinglados que le hayas llegado a comprar para que así lo haga: las vacas no vuelan y tú no eres un mago o una maga. Tu fe puede que no mueva montañas pero…tampoco hacer que las vacas vuelen, ni tu empeño, ni tu atención.

Pero lo que sí puedes hacer, a pesar de la costumbre, enmascarada de cariño; a pesar de la pena que te produce tal circunstancia es sencillamente renunciar. Tu inversión no es suficiente, así de simple. No porque sea pobre, sino porque en ese especial contrato, esa inversión debe venir de las dos partes. Y muchas veces, aunque la vaca supuestamente se lo proponga, no está en su condición volar. Porque es lo que es en este preciso momento, aunque hubiera sido un mirlo blanco en el pasado, en esos inicios llenos de romanticismo…, ahora es otra cosa.

Y aunque te cueste admitirlo, tú también.

Así que siendo honrados lo que se acaba, se ha acabado.

Lo que viene después, tampoco forma parte de ese contrato ni de los méritos hechos, o las atenciones prestadas. Como se disuelva la convivencia dependerá enteramente de la civilidad de cada uno, y ahí es donde se ve la calidad humana. Si uno es justo y sabe que ha fallado la única forma que tiene de indemnizar al otro es comportándose no con la empatía que no tuvo nunca, sino con justicia. La justicia que marca las relaciones cívicas y que las conduce a separaciones ordenadas y marcadas por las buenas maneras, para que cada uno pueda reanudar su vida en paz. El diálogo entonces es esencial no solo por el posible reparto de bienes, y la atención a los hijos en común sino para que esas insoportables preguntas queden silenciadas con un desenlace sin rencores.

Y me gustaría decirte esto desde mi formación profesional…pero te lo digo desde mi experiencia personal y repetida. Que en mi caso es más grave porque tal es mi soberbia, mi testarudez y mis buenas intenciones que me propongo no que las vacas vuelen, sino que los tomates hablen y las piedras sientan…a pesar de tener plena constancia de que no es así, y no va a suceder porque yo quiera.

Por lo menos decirte que aprendí. Y que ahora para mí solo cuenta el contrato que no pierdo en ningún momento de vista. Decirte que ello me ha posibilitado vivir con sosiego y ser feliz en pareja.”

La vida es un aprendizaje. Siempre. Compartir lo que sentimos y vivimos es una forma de crecer.

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