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Una silla sexy

Chairchill Sculpture Helmut Palla

Autor: Sole Sánchez Mohamed

Publicado el 17 de enero de 2024

Créditos imagen: Chairchill Sculpture Helmut Palla

Adjetivos curiosos: una silla sexy.

Siempre me ha llamado la atención la forma de hablar que la gente tiene en general.

Y, en general, todo el mundo tiene sus particularidades. Es lo que se conoce como idiolecto.

Por ejemplo la palabra sexy. Cuando me hablan de una casa sexy, un coche sexy, un paisaje sexy; un precio sexy…me resulta de lo más desconcertante. Con todo, es un desconcierto con efectos anestésicos que siempre agradeceré.

 

En cambio, si me hablan de una silla sexy la cosa cambia «Una silla sexy, qué silla más sexy». Entonces me imagino algo así: una silla con atribuciones humanas en una pose distendida. Lo de sensual sería una extensión de esa personificación o prosopopeya. Una silla con todas las atribuciones humanas. Y pienso en esa silla más allá de lo sexy. Pienso en cómo será su vida teniendo que soportar día tras día el culo de alguien mientras son ignorados sus sentimientos. Una silla cosificada.

 

Todo ello ocurre con la velocidad que solo puede tener el pensamiento. Es oírlo y verlo.

Lo peor de estas situaciones es que este tipo de conversaciones se dan en un contexto serio. Y no puedes reírte.

Porque de empezar hacerlo no podrías parar. Sería pueril y poco fiable. Y tampoco podrías dar explicaciones pertinentes, ni ganar tiempo con las cuestiones mayéuticas, en busca de cierto nivel de comprensión. Porque eso podría generar susceptibilidades. No puedes parecer pueril pero tampoco intimidante.

Así que te callas. Pero cuesta obviar la distrofia léxica. Porque como cualquier distrofia es una de las causas principales de un grupo de enfermedades hereditarias y progresivas que causan debilitación. En este caso debilidad mental. Una debilidad que produce una muerte progresiva del «tejido» cognitivo, soporte esencial que define nuestra forma de percibir la realidad.

Llegados a este punto, la divergencia es tal que empiezas a renunciar a la posibilidad de tener una comunicación factible. Pero no siendo factible esa posibilidad, empieza un viaje de peregrinaje a la mente de tu interlocutor que no quieres hacer.

 

Mientras calibras la proporción perfecta de imbecilidad e inteligencia, que debes mostrar, para no desentonar. Y no padecer los efectos mórbidos de tener que saber-ver, lo que prefieres no saber ni haber visto nunca. Porque lo que realmente quieres es evitar ese arreglo sutil, que es la colusión, donde se establece un quid pro quo, una especie de acuerdo para que uno confirme y ratifique la persona que se cree ser el otro. Y lo peor es que debes hacerlo conscientemente.

 

«¿Una silla sexy?» En el plano de una conversación formal – profesional es de lo más decadente. Y de ahí la paradoja supurante.

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